martes, septiembre 13, 2005

Dejar Pasar

Hoy te vi.

Y te dejé pasar.

Ni siquiera busqué tu mirada, la misma que soñé tantas noches, tantas tardes; la misma por la que cayeron incontables lágrimas, versos, angustias. Esa mirada que temí encontrar cien mil veces en las calles, en los ascensores, en las librerías, en los restoranes, en las disquerías. Esa que me hacía pensar que el futuro tenía el color de tus ojos, el brillo de tu pupila, la sombra de tus pestañas, la dirección de tu ceja.

-hombre que durmió la noche de ojos abiertos tragando estrellas por la boca.
-mujer gitana en verso que se mueve infinita entre los besos y las caricias de tus manos.

Te ví, y puedo decir que te contemplé esos segundos en que tú y tu intruso cuerpo intervinieron mi paisaje, cuando se detuvo el tiempo y el viento sopló frío en mi cabeza.

Y te deje pasar, murmurando un beso de mariposa que te alcanzara en el silencio de la mañana, sintiendo que tu recuerdo por fin habìa dejado de doler, y que yo podìa existir junto a tí en esa misma calle, ya sin sangrar porque no hubo tregua capaz de aplacar la distancia.

Mientras caminabas hacia tu propio destino, yo tragaba el sol congelado que se metía por mis venas, clavando sus astillas diminutas en mi carne aún dormida. Y abusé de la perfección de tu boca una última vez, deseándola, viviéndola, humedeciéndola con mi propia mirada, queriendo robarle al tiempo ese segundo de eternidad para poder dibujarlo con tinta indeleble.

"Ya no dueles", te dije. Y mientras te alejabas en vuelo de gaviota, amé despedirte una vez más, como aquella tarde, en la estación de tren.